*Dr. Eduardo F. Poblete Castillo.
Hoy me pregunto: ¿cuánto se pierde cada vez que ocurre un controvertido entre partes que acordaron un negocio y que sometido a una solución jurisdiccional, por las mismas particularidades de la ley se sometan a instancias, recursos y demás artilugios legales que derivados de la propia ley se pueden usar retrasando la esperada solución que en carácter de sentencia, tratándose de negocios, puede afectar patrimonio, finanzas, obligaciones fiscales y planes de inversión en sus distintos montos, con la consecuente laceración a la economía general de un sector, región o país?; porque, «lo que se hace, es medible; lo que intencionalmente se deja de hacer, es calculable; pero lo que no se hace; ni se mide ni se calcula; solo se siente». Es lo que sucede cuando la solución de un conflicto, de carácter económico, se prolonga.
Es sin embargo necesario puntualizar que si bien es cierto que el arbitraje descongestionaría la pesada carga procesal, no debe concebirse como un competidor de la vía judicial, sino como una vía complementaria, sobre todo porque hay controversias que únicamente se pueden resolver mediante procesos jurisdiccionales.
El arbitraje tiene una vigencia palpitante en nuestra contemporaneidad, y no queda duda, que su enseñanza pero sobre todo su discusión genera debate y estimula la reflexión respecto a sus aspectos deontológicos y axiológicos, por incidir en una realidad que pone al descubierto antagonismos cuando se rozan sus aristas que aún hoy son muy cortantes si se les toca.